SIN RIESGO NO HAY AVENTURA

Escribir es un acto de equilibrio. Se parece al oficio del funámbulo, pues tanto el escritor como el acróbata deben avanzar sobre un delgado carril.

Ambos oficios son escalofriantes, emocionantes, palpitantes, y si bien ambos pueden optar por tener o no una red debajo de ellos, la diferencia está en que el funámbulo se arriesga a cubrir una distancia corta, mientras que el escritor teme o es consciente de que la cuerda puede alargarse, acortarse o romperse de repente. Entre otras cosas, aunque en español la cuerda es floja, en inglés es tensa (tightrope) y en francés es rígida (corde raide), para citar dos ejemplos, así que no necesariamente se trata de algo endeble o inestable, sino más bien, de un ejercicio temerario, cosa que ambos profesionales realizan. 

La diferencia sustancial está en que el acróbata sabe dónde termina su recorrido y se entrena todos los días para superar esa distancia. El escritor, a lo mejor sabe dónde quiere terminar o dónde comienza su recorrido, y quizá tiene una idea de cómo puede ser el camino más adelante, pero no sabe cuánto puede durar el recorrido. 

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Dado que el camino es desconocido, hay escritores que tantean la cuerda antes de caminar sobre ella. En mi caso, yo sigo, al fin y al cabo, toda mi historia avanza sobre un sendero incierto, así que, si el impulso narrativo me abre la posibilidad de un nuevo camino, lo asumo como reto, pues ello me brinda la oportunidad de afinar mi equilibrio e incluso puede ayudarme a entender qué ajustes necesita la historia. 

Otra cosa es si el camino es flojo. En ese caso, si no logro templar la cuerda y siento que no avanzo con cierta destreza, abandono lo que estaba escribiendo. 

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“Paradójicamente, en el constante equilibrio se encuentra la solidez de la historia”.

Escribir es también un acto de equilibrio porque el escritor debe mantener sus ideas en orden. Debe mantener un balance entre el pensamiento, el análisis, la imaginación, la investigación y lo impensado. El balance está en aplicar el rigor racional dejando que el atrevimiento y el desparpajo hagan de las suyas. Al permitir que la racionalidad y la locura trabajen juntas, el escritor debe mantener el equilibrio en medio del enjambre de ideas que revolotean a su alrededor.

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“Sin riesgo no hay aventura”.

Por último, escribir es como la vida misma: un ejercicio de supervivencia.

A veces sabemos hacia dónde vamos, hacemos planes y a menudo “salen como queremos”, pero lo cierto es que no sabemos qué va a pasar en el próximo segundo. Como humanos tratamos de sentir que tenemos control sobre lo que hacemos. La escritura tiene algo de eso: parte de una idea, de una ráfaga de inspiración o de un plan de historia, o sea, que el escritor tiene algo de dónde agarrarse, sin embargo, al igual que con nuestra existencia, no sabemos qué irá a pasar, entre otras cosas, porque la historia, así como nuestra vida, se escribe a sí misma.

Y aunque sepamos o adivinemos parte de su recorrido, desconocemos sus variaciones de color, su textura, sus sorpresas y emociones, su profundidad, vale decir, su propósito. 

De modo que escribir historias y escribir nuestra propia vida son decisiones afines. Lo maravilloso es que podemos ser autores de nosotros mismos y escoger la clase de experiencias que queremos tener.

Cada paso es una palabra, cada vivencia un párrafo, cada etapa una página.

Atreverse a descubrir lo que viene adelante es lo que le da sentido a nuestra aventura.