¿ES NECESARIO EL DRAMA PARA CREAR HISTORIAS ATRAYENTES?

La fórmula es la misma: te dicen que para crear drama hay que plantear un antagonismo o un choque de fuerzas. Lo ves por doquier, en las Masterclasses de autores, en talleres de escritura, en las estructuras de todos los géneros narrativos.

Basta hacer que algo choque con otra cosa para crear tensión, de ahí que muchos escenarios o planteamientos dramáticos tengan tintes espectaculares, aterradores, increíbles o fascinantes. 

¿Y cómo se logra?

Foto: Gerd Altmann

Foto: Gerd Altmann

Esta es la receta: frente a un escenario o planteamiento que representa una meta o un problema, se echa mano a varios niveles de esfuerzo y presión para llegar a ese objetivo o dificultar la solución de ese conflicto.

Estos niveles tienen sus respectivos elementos de soporte, pero oscilan, por lo general, entre dosis de esperanza, tensión, alivio, aparente calma, nueva tensión, lucha, clímax y resolución. Sin embargo, la considero una fórmula acomodaticia cuando todo se reduce a jugar con la ansiedad del público.

Crear drama es fácil. Lo difícil es encontrar desenlaces a la altura de un buen drama.

Muchas veces se crea una gran expectativa y el resultado es tremendamente flojo. ¡Cuántas películas o series terminan con un chorro de babas o soluciones descuidadas! Es allí donde digo: “fue fácil para el escritor o director crear una promesa enorme, pero les quedó grande el final y chiquito el compromiso”. Por eso me encantan las películas que siguen un flujo natural, las que van deshojándose a medida que avanza la historia, las que respiran vida. Son relatos que no están aferrados a la truculencia de la fórmula dramática.

¿Pero porqué se insiste en ella? La fórmula del drama es atractiva porque el ser humano es curioso, fisgón y chismoso, le atrae el morbo y saber qué le pasa a los demás; por ende, el público hace lo mismo con las novelas y películas: se interesa por la vida de otros y toma partido por situaciones que nada tienen que ver con su realidad. Hay quienes se sienten mejor al ver a otros pasar por trances peores, así se trate de dramas ficticios. A otros les gusta soñar y escapar a través de las historias ajenas.

¿Y es que acaso yo no utilizo la fórmula de drama?

No niego que en mis libros los personajes se enfrentan a hechos adversos que crean conflictos, pero estos son el resultado de sus acciones y la estatura de su carácter, no de mi afán por “enganchar al lector”. En mis relatos, el llamado plot no funciona como tal. Tampoco insisto en un leitmotiv, porque el “drama central” no va por ahí. El escenario o planteamiento original que da pie a mis historias es apenas una excusa para otras historias mucho más dramáticas y llamativas.

Por ejemplo, en “Los Hijos de Godesh” la necesidad de romper un embargo comercial propicia que el lector se sumerja en otros desenlaces más profundos y contrastantes. En los dos volúmenes que componen la historia de “Clara”, un chantaje abre la puerta para dar a conocer a varios personajes, sus vidas, su pasado y el desenlace que conlleva la interacción entre ellos.  

Lo que me atrae son las facetas de los personajes y cómo viven su historia en lugar de crear caricaturas antagónicas.

Apegarse a la fórmula dramática como único sostén de una historia es limitado y tiene mucho de embaucador. Un relato de este tipo sólo tiene sentido para mí, si los personajes antagónicos y los obstáculos contra los que se enfrentan los personajes, por así decir “buenos”, tienen la profundidad necesaria para entender su razón de ser y la suficiente verosimilitud para aceptar la naturaleza de las circunstancias.

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La vida en sí misma es una historia con suficientes colores y variaciones como para circunscribir todo en un molde donde sólo caben el blanco y negro o los buenos y malos.

Si bien la vida tiene obstáculos, no todo son altibajos, de ahí que mí motivación es retratar esas fases, pero sobretodo el desarrollo de las historias que no necesariamente implican drama. 

Supongamos que un personaje quiere recorrer el mundo a pie. Gran historia. Sin ponerle mayor suspenso o plazo a su aventura, la tensión se genera al saber que existe una meta: terminar el recorrido. Entonces pregunto: ¿Quedaría usted más contento si el personaje no alcanza su objetivo, pero descubre cosas maravillosas en su camino? ¿O prefiere que el autor lo mantenga en ascuas con un enemigo que no quiere que el personaje alcance su meta?

La verdadera meta, estimado lector, la tiene el escritor que deberá satisfacer, con un final desbordante de ingenio, el drama en que se ha metido y el tiempo que usted ha invertido en seguir la historia.

Cuando los autores, y aquí caben las películas, se concentran en ordeñar la vaca de la fórmula dramática, a menudo terminan con finales decepcionantes, faltos de imaginación y compromiso, porque se embelesan en acrecentar el “drama”, la “fórmula”, y se olvidan de respetar la inversión emocional e intelectual del público.

La fórmula dramática ha llegado a un nivel de saturación que requiere de una nueva receta. Lo que el ser humano necesita, no es tanto menos drama, sino respuestas a los conflictos que sirvan de inspiración para dejar atrás los problemas y avanzar hacia nuevos entendimientos que ayuden a las personas a conocerse a sí mismas.