LA GUERRA DE LOS BANANOS
Cuando el término “disrupción” se queda en un bonito eslogan.
—Es lo que la gente quiere.
—¿De veras? ¿Toda esa basura de contenidos, todas esas noticias deprimentes, toda esa perspectiva de un mundo caótico, toda esa agenda divisionista, la desesperanza, la tragedia y la baja vibración es lo que la gente quiere?
—Los ratings y algoritmos lo demuestran.
—Ya veo. ¿Y quién maneja los ratings o los algoritmos para determinar qué tipo de contenidos es lo que quiere la gente?
—Bueno, eso lo demuestra nuestra programación y las tendencias de las redes sociales.
—Entiendo. ¿Entonces lo que aparece en pantalla es lo que determina el gusto de la gente?
—Es lo que consume la gente.
—¿O sea que la gente sólo consume lo que ve?
—Contamos con la data que nos señala el gusto y preferencias de la gente.
—¿Y en qué se basa esa data? Mejor dicho, ¿qué información es utilizada para obtener esa data?
—Tenemos nuestros propios medidores y nos apoyamos en third-party analysis que confirman la tendencia del público.
—¿Y todo ello está basado en el mismo tipo de información?
La conversación podría seguir hasta que la parte cuestionada saque a relucir las razones económicas que validan su postura. Esta, aparentemente, es la razón irrefutable que legitima el tipo de programación basada en la chabacanería y el desasosiego.
¿Y entonces cuál sería la razón irrefutable por la cual muchos programas y contenidos populares que la gente amaba han sido sacados del aire o reemplazados, no por alternativas similares, sino por bodrios o proyectos de mal gusto?
“Es lo que hay”, sueles escuchar.
Sin embargo, ¿qué le escuchas decir también a la gente? Que las noticias son deprimentes, que ponen el ánimo abajo, que los programas son los mismos, que muchos son franquicias de una formulita que dio resultado al comienzo y que siguen ordeñando cada temporada, que todo va como por inercia, que las redes sociales están saturadas con contenidos vacíos o mecanizados, que la gente que recibe más vitrina o quienes ostentan un ejército de seguidores -muchos de ellos comprados a través de “click farms” o “follower factories”- son personajes mediocres, recicladores de lo mismo sin nada nuevo que mostrar o que la saturación de influencers de pacotilla y pseudo-artistas ha llegado a un nivel de chiste, en fin, la lista es larga.
¿Y cómo es que la gente consume aquello que no le aporta?
Cuando vas a la tienda y allí sólo venden bananos, ¿qué te llevas a casa?
Hoy los medios productores de contenidos están en una guerra por vender los mejores bananos. Cada vez los hacen más relucientes y de mejor calidad, pero no dejan de ser bananos. La inversión es pantagruélica y no falta el día en que son anunciadas nuevas alianzas con otros productores, con países o personas independientes que también producen bananos.
La guerra no es por el efecto digestivo en el consumidor, sino por cuántas cajas pueden vender.